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La Clase de Piano

¡Hola! Estos días estuve aprendiendo sobre la unidad dramática, un concepto aristotélico que dicta que cada escena debe tener tres partes fundamentales, tanto en el teatro como en la escritura: un sólo tiempo, un sólo lugar y una sola acción.  
Así que decidí poner esto en práctica escribiendo una escena. Les comparto mi pequeña escena, esperando haberlo logrado. 😆


La Clase de Piano

Leo dio vuelta en la calle dónde vivía su maestro de piano. Faltaban dos minutos para las 6, la hora de clase, y no había practicado en toda la semana. De pronto tuvo miedo y se detuvo. Dio media vuelta y siguió su camino hacía la cuadra siguiente. El maestro le había dejado una pieza nueva para leer, ¡pero apenas pudo sacar el primer compás! Era demasiada compleja, porque estaba en otra tonalidad y tenía demasiados sostenidos. Abrió la carpeta que tenía debajo de su brazo y revisó. Tres. Sí, era demasiado difícil. ¿Cómo quería el maestro que descifrara eso?
Leo suspiró y siguió caminando. Después de dar la vuelta a la cuadra, entró a la calle por el otro extremo. La casa del maestro estaba justo en medio. Pasó varias casas. La primera con reja blanca protegiendo un ostentoso jardín del Edén; otra con reja gris guardando un carrito desmantelado; y otra reja verde que contenía a un perro chihuahua ladrando a todo dar. Leo caminó alrededor del árbol de naranjas. Casi pisa una naranja podrida en la banqueta. Se detuvo en la casa cuya puerta anunciaba al mundo entero que el hogar fue católico, es católico, siempre será católico y nunca nadie podrá convencerlos de otra cosa. Hasta leyó el anuncio con detenimiento para no llegar a la clase. Convocó todas sus fuerzas para generar el interés necesario para asentir en cada palabra. Mientras profundizaba en el significado de la palabra "propaganda", una apasionada melodía llenó el aire. Subía con poder. Bajaba con delicadeza. Bailaba de un lado a otro, de repente lleno de furor y de repente dando un beso de amor. Leo se acercó a la casa de su maestro. La música venía de adentro. Se asomó por la ventana y vió a su maestro en el piano. Sus dedos corrían por las teclas, las notas escalonadas. Creaban acordes tan diferentes que era toda una sorpresa que se entretejían entre sí sin costura alguna. El piano mismo temblaba. Los ojos del pianista estaban tan concentrados en las teclas que no notaba los ojos asombrados que se asomaban de entre las cortinas. Leo esperó a que la pieza acabara. El acorde terminó como un suspiro; el tono voló. Incluso cuando ya no se escuchaba ni un sonido, el recuerdo de las últimas notas quedaron suspendidas en el aire. El silencio era parte de la pieza: simbolizando el asombro. El maestro levantó las manos y dió un respiro delicado. Leo corrió a la puerta y tocó el timbre. No importaba que no había decifrado nada de la pieza. Por algo se metió a clases. Iba a tocar así cómo su maestro. Quería poder sentir la música y expresarse así. Pero por el momento, era sólo un aprendiz de músico.

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